La fábrica de fosgeno
Barsut, dos cuadras antes de llegar a la estación de Temperley, vio a Erdosain que cruzaba la franja blanca que la vidriera de un café lanzaba a la calzada.
Se detuvo un instante. Erdosain caminaba con las manos en el bolsillo por la orilla de la vereda, bastante agobiado. Tuvo tentaciones de chistarlo, pero se dijo que no había objeto en hablar; y observando cómo el otro se alejaba, entrando sucesivamente en planos de luz y de sombra al pasar bajo los focos, se encogió de hombros, pensando:
—Que le ayude al Astrólogo a enterrar al muerto.
Miró por la vidriera del café el reloj de pared. Eran las nueve y media. Algunos hombres jugaban a los naipes en un largo salón de piso cubierto de aserrín. Iba a entrar a tomar un café, recordó que no necesitaba cambiar billetes de cien pesos porque tenía algunos de diez, y se dirigió resueltamente a la estación, diciéndose:
—Me afeitaré y luego iré al cabaret.
En cambio, Erdosain, al llegar a la quinta, fue recibido por el Astrólogo en la puerta de la casa. Remo experimentó cierta extrañeza al ver que aquél no lo hacía pasar al escritorio, como de costumbre, sino a la habitación contigua: un cuarto siniestro, largo como un pasadizo y débilmente iluminado por una lámpara de pocas bujías. Era increíble la cantidad de polvo que había allí, acumulado en todos los rincones. El moblaje de la habitación pasadizo consistía en un perchero de caoba y dos sillas de madera, de aquellas que se usan en las cocinas; también excesivamente cubiertas de tierra. En un vértice estaba la escalera que permitía subir al cuarto de los títeres.
Remo, fatigado, se dejó caer pesadamente en el incómodo asiento. El Astrólogo lo miraba con cierta expresión de hombre interrumpido en sus quehaceres por una visita inoportuna.
—Recibí hoy su telegrama —dijo Erdosain—. Aquí le traigo el proyecto de la fábrica de gases.
—¡Ah, sí! ¿A ver?…
Remo le entregó el cuadernillo que había confeccionado, y el Astrólogo se puso a leer a media voz.
Erdosain se cruzó de brazos y cerró los ojos. Tenía sueño. Además, no le interesaba en modo alguno ver la cara del otro mientras murmuraba como un rezo lo que sigue:
He escogido el gas fosgeno, no arbitrariamente, sino después de estudiar las ventajas industriales, facilidad de fabricación, economía y toxicidad que ofrece sobre otros gases de guerra. Las experiencias que esta nueva arma dejó a los directores de combate de la última guerra pueden concretarse en estas palabras de Foch: “La guerra química se caracteriza por producir los efectos más terribles en los espacios más extendidos”.
En el año 1915 entra en acción el fosgeno; en el otoño del año 1917 recrudece la guerra química, pues a fines del año 1916 el Estado Mayor alemán lleva a la práctica el plan de Hindenburg. La guerra de gases se intensifica de tal manera, que Schwarte da el dato de que en un solo bombardeo de Verdún se utilizaron cien mil obuses cargados de Cruz Verde, o sea fosgeno y formiato de etilo.
En las instrucciones de batería para los ataques que se llevaron a cabo en el Aisne encontramos este boletín de gas:
En bombardeo de contrabatería, piezas de 77, piezas de 100 y obuses de 150: Cruz Azul, 70 por ciento; Cruz Verde, 10 por ciento; obuses explosivos, 20 por ciento.
En bombardeo de posición de infantería, piezas de campaña de 77, obuses de 105 a 150: Cruz Azul, 30 por ciento; Cruz Verde, 20 por ciento; obuses explosivos, 50 por ciento.
En ataque de atrincheramiento, piezas de campaña de 77, obuses de 100 a 105: Cruz Azul, 60 por ciento; Cruz Verde, 10 por ciento; obuses explosivos, 30 por ciento.
En general, el porcentaje de proyectiles a usar en casi todas las tablas de los beligerantes ocupa el elevado porcentaje del 70 por ciento sobre los proyectiles explosivos.
Efectos del gas
Ordinariamente produce un edema pulmonar cuya secreción de líquido determina la asfixia del gaseado. Además, sus efectos son retardados y singulares en atmósferas donde se encuentra sumamente diluido. Se interrogaron a soldados que se encontraban sin ninguna lesión de gas, y que veinticuatro horas después del ataque con fosgeno murieron instantáneamente. En general, la Disciplina del Gas tiende a considerar a todo lesionado leve como un herido grave, pues los efectos retardados del tóxico son sorprendentes.
Composición
Su composición es simple: un volumen de óxido de carbono y tres de cloro. La combinación de ambos gases forma un producto líquido que se denomina fosgeno. El fosgeno hierve o, mejor dicho, se evapora en contacto con el aire cuando la temperatura ambiente es superior a ocho grados centígrados. Su densidad es 1,452.
Se conserva envasado en ampollas de cristal o depósitos de plomo o de hierro galvanoplásticamente emplomado. Es preferible damajuanas de vidrio.
Sumamente económico. Sus efectos tóxicos son instantáneos cuando se encuentra disuelto en el aire en un porcentaje de 1 por 800; es decir, que cada 800 metros cúbicos de aire requieren 1 metro cúbico de fosgeno.
Fabricación
La fabricación del fosgeno es sencilla. Los dos gases, cloro y óxido de carbono, se combinan en la base de una torre de diez metros de altura, cargada de carbón vegetal constantemente humedecido por una lluvia de agua. Un detalle importante consiste en que el carbón debe estar granulado en trozos perfectamente homogéneos, de un diámetro de seis a diez milímetros por trozo. El carbón de este catalizador, antes de ser enviado a la torre, es cuidadosamente lavado con ácido clorhídrico, luego con agua, y finalmente secado en el vacío, para despojarlo de cenizas y todo resto orgánico.
Al combinarse, los dos gases producen por reacción una temperatura de cuatrocientos cincuenta grados. A medida que el gas por presión se eleva en la torre de carbón, que estará dividida por rejas horizontales de plomo, la temperatura disminuye, de manera que al terminar su recorrido de diez metros a través del carbón el fosgeno tiene una temperatura de ciento cincuenta grados. Se hace pasar a un robinete sumergido en hielo, y el gas se licúa. Su densidad es de 1,455. El carbón de esta torre debe ser renovado siempre que el porcentaje de combinación de los dos gases disminuya del noventa por ciento. Este sistema de fabricación es angloamericano.
El aparato
Una usina de fabricación de mil kilogramos de gas fosgeno cuesta, aproximadamente, seis mil pesos. Consta de: un lavador de potasa, donde se deshidrata el óxido de carbono; dos compresores de siete caballos y medio de potencia; contadores de gas que controlan en metros cúbicos el paso de gas, de manera que la combinación se efectúe siempre en las mismas proporciones. Para evitarse un operario, en este control se utiliza un dispositivo eléctrico para los dos contadores. La operación se simplifica. El cloro y el carbono son enviados a presión a la torre donde se combinan.
La torre
Para usina estable conviene una torre de cemento armado, o también una torre de ladrillo de diez metros de altura. Interiormente esta torre está forrada de una camisa de plomo. Es conveniente advertir que todos los objetos metálicos que intervienen en la operación, como ser robinetes, válvulas, llaves, etc., que generalmente son de bronce, deben ser recubiertos de un baño galvanoplástico de plomo.
La parte superior de la torre consiste en una cúpula de plomo. Bajo esta cúpula se encuentra una tubería que deja caer una llovizna de agua a presión. El agua, al llegar al pie de la torre, que es el punto de entrada de los gases, sale al exterior por un sifón. El sifón permite el paso del agua, mas no el de los gases que pudieran infiltrarse por allí.
La torre puede ser de base cuadrada o circular; su forma es indiferente. El espesor de la muralla de cemento o ladrillo será el indispensable al equilibrio y estabilidad del conjunto. El diámetro interior de la cámara de plomo vertical es de sesenta centímetros. Su espesor, un centímetro. Espesor de las rejas transversales, dos centímetros. Diámetro de los agujeros de las rejas, cinco milímetros.
Cuando el gas fosgeno llega a la parte alta de la torre tiene la temperatura de ciento cincuenta grados. Se le hace pasar por serpentines congelados, hasta que se licúa.
Presión del gas
El óxido de carbono y el cloro son introducidos por tubos en la torre de combinación a una presión idéntica de seis atmósferas. Para ello, el depósito de cloro como el de óxido de carbono deben estar cada uno en conexión con un compresor. La potencia de los compresores será de siete caballos, y ambos estarán accionados por un motor eléctrico común a los dos ejes, de manera que la cantidad de volúmenes de gas introducidos a la torre sea siempre la marcada por el porcentaje 3 a 1, a la misma presión.
Los tubos que conducen el gas a la torre catalizadora, así como los compresores de cloro y de óxido de carbono, tendrán el mismo diámetro. Además, las partes que entran en contacto con el gas no serán lubrificadas, sino que los aparatos trabajarán en seco, pues el cloro le quita las propiedades lubrificantes al aceite.
Controles
Los controles serán eléctricos. Termómetros enchufados en distintas alturas de la torre proporcionan las temperaturas del gas en su recorrido ascensional, permitiendo así llevar con exactitud el control de la operación.
Precauciones
El aparato antes de ser puesto en marcha será probado con aire comprimido. El personal trabajará munido de máscaras contra fosgeno. Los equipos berlineses que se encuentran a la venta para el público son los más perfectos y más baratos que se conocen.
La fábrica estará situada, a ser posible, en lugar montañoso, alto, recorrido continuamente por vientos de dirección distinta. Los pisos y muros estarán construidos de cemento, y los herrajes y todo objeto metálico, emplomados galvanoplásticamente para evitar el ataque del gas.
Tácticas del gas
Los gases tóxicos rinden el máximum de su rendimiento en los días ligeramente húmedos y poco ventosos, con una temperatura superior a ocho grados. Para trabajar con el gas, se escogerán las primeras horas entre el amanecer y medianoche.
Se tratará de no lanzar el gas si hay una velocidad de viento superior a cinco metros por minuto. La velocidad más práctica de corriente de viento es aquella de tres y cuatro metros por minuto. Para fijar velocidad y dirección del viento se usará el aparato meteorológico denominado anemómetro.
Se evitará, cuidadosamente, lanzar una cortina de gas mientras la tierra permanece recalentada por el sol, pues se generan entonces corrientes de aire verticales y ascendentes que dispersan el gas. En cambio tratará de trabajarse con tierra enfriada, ya que se producen corrientes de aire descendentes que evitan la dispersión del gas.
Pueden utilizarse corrientes de aire que se aparten del punto del ataque hasta cuarenta grados. Los terrenos bajos, llanos, pastosos, con vegetación que alcance la altura de un hombre, son ideales para el ataque con cortina de gas. Se evitarán en cambio los lugares montañosos, donde las diferencias de altura y velocidades del viento anulan la cortina casi en absoluto.
Línea de ataque de fosgeno
Teóricamente y en local cerrado necesitamos medio gramo de fosgeno para convertir en mortífero un metro cúbico de aire.
Se emplearán 40 litros de fosgeno líquido por metro lineal (táctica alemana). Cuando se trata de frentes estrechos de ataque, de escasa profundidad, puede reducirse a 20 litros.
En puntos de ataque que estén a 400 ó 500 metros del lugar de emisión del gas, la cortina de fosgeno y cloro (9 volúmenes por 1 de fosgeno) llega en 3 ó 4 minutos. Casi siempre, la nube de gas, con un viento de 3 metros de velocidad por minuto, recorre 200 metros en el mismo espacio de tiempo.
El intervalo entre la primera y segunda emisión debe ser igual al espacio de tiempo que la nube de gas ha tardado en llegar al punto de ataque. Se forma una cortina tóxica de cinco metros de altura que se dilata en ancho a medida que se aleja del punto de emisión. Los efectos son fulmíneos.
El coronel Block ha calculado que 500 kilogramos de fosgeno producen un volumen teórico de 100.000 metros cúbicos, originando una nube que tiene 35 metros de altura, 30 metros de ancho y 100 de profundidad. Esta nube de gas produciría efectos tóxicos peligrosos aun arrastrada por el viento a la distancia de un kilómetro del lugar de emisión.
En general, los atacados perecen casi instantáneamente por efectos de la asfixia, cuando el gas fosgeno está diluido en la proporción de 1 volumen por cada 800 de aire.
Transporte del fosgeno
En un ataque revolucionario, que es de sorpresa y minoría, el mejor sistema para transportar fosgeno es el camión tanque. Cada camión tanque puede transportar dos mil kilogramos de fosgeno líquido. Un dispositivo sencillo permitirá regar el frente de combate en el porcentaje de 20 a 40 litros por metro lineal.
Como el fosgeno se dilata a medida que la temperatura aumenta, los tanques de fosgeno estarán calculados para soportar presiones de 80 libras por pulgada cuadrada.
La garita del conductor del camión tanque estará absolutamente aislada de la atmósfera externa. El aire para su respiración penetrará a través de respiraderos químicos que neutralizan el fosgeno, y cuya substancia es idéntica a la que se utiliza en las caretas contra los gases.
Así, diez camiones con capacidad para tres mil litros de fosgeno cada uno pueden atender un frente de combate que se dilataría por los colazos de la nube a 5 kilómetros de extensión.
Táctica de ataque
Visto que la aviación de guerra, por reducido que sea el número de aparatos de combate, puede destruir un ejército excelentemente equipado, todo ataque revolucionario con gas debe ser dirigido simultáneamente a los arsenales, aeródromos militares, etc.
En general, la mortandad para tropa o población no preparada para el combate de gases se eleva al 90 por ciento.
La desorganización que precede a un ataque con gas es tan extraordinariamente intensa que prácticamente es imposible toda tentativa de resistencia.
Puédese asegurar que cien técnicos en gas destruirían en ataque de sorpresa el grueso de cualquier ejército sudamericano.
Mientras el Astrólogo leía, Erdosain aspiraba ansiosamente el aire. Al volver la cabeza un reflejo rojo hirió oblicuamente su pupila. Bajo la puerta cerrada, que separaba el escritorio del recibimiento, por el piso de madera, avanzaba como plana culebra una alargada mancha de sangre.
El pensamiento de Erdosain voló instantáneamente hacia la Bizca. Sumamente pálido, tocó un brazo del Astrólogo. Este levantó la cabeza, y Erdosain dijo:
—¿Hay un muerto allí al lado?
—Sí, hay un muerto… pero está muy bien su memoria.. Lástima que no le haya agregado los planos e instrucciones para instalar simultáneamente junto a ella una fábrica de cloro y otra de óxido de carbono.
—¿Quién es el muerto?
—Bromberg… ¡Pero es notable! Yo ignoraba que los gases se utilizaron en la guerra en tan alto porcentaje. Setenta por ciento de Cruz Azul en un ataque de contrabatería… Es una enormidad. El explosivo queda reducido a nada.
—¿Y usted qué va a hacer?
—Irme.
—¿A dónde?
—¿Usted me acompañaría?
—No; pienso quedarme.
—Yo me voy muy lejos. Resuélvase.
—Está resuelto. Me quedo.
El Astrólogo lo envolvió en una mirada serena.
—¿Tiene pensada alguna barbaridad?
—No sé…
—Bueno —y el castrado se puso de pie—. Erdosain, váyase. Ahora necesito estar solo… Otra vez: ¿quiere acompañarme?
El pensamiento de Erdosain voló hacia la Bizca.
—Me quedo… Adiós.
Se miraron a los ojos, estrechándose fuertemente las manos. El Astrólogo comprendió que Erdosain había ya trazado su destino, y no insistió. En Remo, en cambio, sobrevino en aquel instante una curiosidad inesperada. Dijo:
—¿Verá usted al Buscador de Oro?
—Hasta dentro de algunos meses, no.
—Bueno, cuando lo encuentre, dígale que siempre lo recordé con cariño.
—Muy bien.
Se miraron otra vez a los ojos, como si tuvieran que decirse algo; los labios de Erdosain se entreabrieron ligeramente, sonrió vagamente, y girando sobre sí mismo salió.