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Diálogo de lechería

Por Roberto Arlt

Días pasados, tabique por medio, en un lechería con pretensiones de “reservado para familias”, escuché un diálogo que se me quedó pegado en el oído, por lo pelafustanesco que resultaba. Indudablemente, el indi­viduo era un divertido, porque las cosas que decía movían a risa. He aquí lo que más o menos retuve:

El Tipo. -Decime, yo no te juré amor eterno. ¿Vos podés afirmar bajo testimonio de escribano público que te juré amor eterno? ¿Me ju­raste vos amor eterno? No. ¿Y entonces…?

Ella. -Ni falta hacía que te jurara, porque bien sabés que te quie­ro…

El Tipo. -Un… Eso es harina de otro costal. Ahora hablemos del amor eterno. Si yo no te juré amor eterno, ¿por qué me hacés cuestión y me querellás?…

Ella. -¡Monstruo! Te sacaría los ojos…

El Tipo. -Y ahora me amenazás en mi seguridad personal. ¿Te das cuenta? ¿Querés privarme de mi libertad de albedrío?

Ella. -¡Qué disparates estás diciendo!…

El Tipo. -Es claro. Vos no me querés dejar tranquilo. Pretendés que como un manso cabrito me pase la vida adorándote…

Ella.- ¿Manso cabrito vos?… Buena pieza…, desvergonzado hasta decir basta…

El Tipo. -No satisfecha con amenazarme en mi seguridad personal, me injuriás de palabra.

Ella. -Si no me juraste amor eterno, en cambio me dijiste que me querías…

El Tipo. -Eso es harina de otro costal. Una cosa es querer… y otra cosa, querer siempre. Cuando yo te dije que te quería, te quería. Aho­ra…

Ella (amenazadora). -Ahora, ¿qué?

El Tipo (tranquilamente).- Ahora no te quiero como antes.

Ella. -¿Y cómo me querés, entonces?

El Tipo (con mucha dulzura).- Te quiero… ver lejos…

Ella. -Un descarado como vos no he conocido nunca.

El Tipo. -Por eso siempre te recomendé que viajaras. Viajando se instruye uno. Pero no vayas a viajar en ómnibus, ni en tranvía. Tomá un vapor grande, grandote, y andate… andate lejos.

Ella (furiosa). -¿Y por qué me besabas, entonces?

El Tipo. -Ejem… Eso es harina de otro costal…

Ella. -Parecés panadero.

El Tipo. -Yo te besaba, porque si no te besaba vos ibas a decir con tus amigas: “Ven qué hombre más zonzo; ni me besa”…

Ella (resoplando). -¡Yo no sé como no te mato! ¿Así que vos me besabas por gusto de besarme?

El Tipo. -No exageremos. Algo también me gustaba… Pero no tanto como vos creés…

Ella. -Se puede saber, decime, ¿dónde te has criado? Porque vos no tenés vergüenza. No la has tenido nunca. Ignorás lo que es la vergüen­za.

El Tipo. -Sin embargo, yo soy muy tímido… Ya ves cuánto cavilo antes de mandarte al diablo… No, al diablo, no, querida; no te disgus­tés… es una forma de decir.

Ella (agarrándose al tema). -De modo que vos me besabas a mí…

El Tipo. -¡Dios mío! Si uno tuviera que dar cuenta de los besos que ha dado, tendría que estar en presidio quinientos años. Vos parecés nor­teamericana.

Ella. -¡Norteamericana! ¿Por qué?

El Tipo. -Porque allá le pegás un beso a un palo de escoba y izas! la única indemnización tolerada es el casamiento… de modo que a los besos no les des importancia. Ahora, si yo hubiera echado a perder tu inocencia, sería otra cosa…

Ella. -Yo no soy inocente. Inocentes son los locos y los bobos…

El Tipo. -Convengamos que decís una verdad grande como una ca­sa. Y luego me reprochás de ser injusto. Te doy la razón, querida. Sí, te la doy ampliamente. ¿Qué pecado me reprochás, entonces? ¿El que te haya dado unos besos?

Ella. -¿Unos besos? Si fueron como cuarenta.

El Tipo. -No… Estás mal, o tengo que suponer que vos no enten­dés de matemáticas. Pongamos que son diez besos… Y estaremos en la cuenta. Y tampoco llegan a diez. Además no valen porque son ósculos paternales… Y ahora, después de enojarte que te haya besado, te enojás porque no quiero seguir besándote. ¿Quién las entiende a ustedes las mu­jeres?

Ella. -Me enojo porque me querés abandonar infamemente.

El Tipo. -Yo no te di más que unos besos para que vos no les dije­ras a tus amigas que yo era un tipo zonzo. No tengo otro pecado sobre mi conciencia. ¿Qué me recriminás? ¿Se puede saber? A mí no me gusta hacer comedias. Vos te aburrís en tu casa, te encontrás conmigo y te me pegoteás como si yo fuera tu padre. Y yo no quiero ser tu padre. Yo no quiero tener responsabilidades. Soy un hombre virtuoso, tímido y tranquilo. Me gusta abrir la boca como un papanatas frente a un pillo que vende grasa de serpiente o cacerolas inoxidables. Vos, en cambio, te empeñás en que te jure amor eterno. Y yo no quiero jurarte amor eterno ni transitorio. Quiero andar atorranteando tranquilamente solo, sin una tía a la cola que me cuenta historias pueriles y manidas… y que porque me des un beso de morondanga me hacés pleitos que si me hubieras pres­tado a interés compuesto los tesoros de Rotschild.

Ella. -Pero vos sos imposible…

El Tipo. -Soy un auténtico hombre honrado.